Una cinta que logra de manera bien estructurada y con una cinematografía impecable retratar una trama que aborda la edad dorada de los moteros.
Por: Alejandro Cortés
Imágenes: Cortesía
Desde inicios y hasta mediados de los años 50, cintas como Rebel Without a Cause de James Dean, Easy Reader de Peter Fonda y The Wild One de Marlon Brando, impulsaron la figura de una juventud melancólica anclada en el valor de la lealtad en la camaradería y en la enraizada necesidad de pertenecer a un nicho social que los arropara dentro de un manto en el que la virtud de la vida se arraiga en el libertinaje y en el aparente impulso de replicar una vida sencilla.
Así, el leit motiv de los 50’s marcó una brecha generacional entre jóvenes y adultos que desembocó en la icónica silueta del motero estadounidense. Con este vestigio cultural llega uno de los filmes más esperados del año The Bikeriders.
Equipo y Producción
Basada en el libro homónimo escrito por Danny Lyon, el largometraje fue dirigido y adaptado a la pantalla grande por el cineasta oriundo de Arkansas, Estados Unidos, Jeff Nichols. Por otra parte, el elenco está conformado por Austin Butler, Jodie Comer, Tom Hardy, Michael Shannon, Mike Faist, Boyd Holbrook, Damon Herriman y Beau Knapp.
Mientras que el largometraje surgió a partir de los testigos orales y las trascendentales fotografías de una verdadera banda de motociclistas denominada Chicago Outlaws y capturadas por el mismo Lyon; la obra realmente comenzó a gestionarse a partir de que Nichols fue testigo de las declaraciones de algunos de los miembros más importantes de dicha banda rebelde que tanto causó conmoción en aquel periodo de tiempo. Como resultado de aquel importante testimonio y a manera de homenaje hacía una época de antaño nace El Club de los Vándalos (en su traducción al español).
Lealtad y subversión: la virtud de la rebeldía en The Bikeriders
The Bikeriders es una cinta que logra de manera bien estructurada y con una cinematografía impecable retratar una trama que aborda la edad dorada de los moteros. Con un montaje lento y a la vez íntimo, el lienzo de una triada de personajes que comparten un destino alterno se logra plasmar en un cumulo de matices que desembocan en una sola obra que, al unísono, vierten sobre un cuadro una misma sensación de alineación por la sociedad americana y de la imperativa necesidad de pertenencia que solo las hermandades pueden proveer.
Con interpretaciones sobresalientes por parte del cast principal, el guion recurre a múltiples flashbacks para lograr impregnar en el espectador una legitima atmósfera de melancolía que centra en el pasado la esencia de una virtud pobremente valorada, la rebeldía. La ausencia de personajes dóciles marca la pauta para emocionar, cautivar y conmover a la audiencia que, minuto a minuto, se adentra más en esta historia que parece tan familiar por la constante búsqueda de replicar inciertas emociones urgentes de autenticidad. Pese al aparente caos plasmado en la pantalla y a diferencia de ciertos filmes de antaño, el estereotipo del motero americano continua con ciertos rasgos inherentes de su esbozo, pero al mismo tiempo, propone una visión más profunda y emocional de los conflictos internos y de las consecuencias de llevar una vida alentada solamente por el amor al asfalto y por la fuerza de una amistad atadas a una misma causa.
A la marcha de una banda sonora derivada de una época lejana, el maquillaje, el peinado y la fotografía triunfan en replicar no solo un ámbito al más puro estilo de The Wild One, sino que logran impregnar un drama que consigue avasallar y derrumbar constructos sociales para dar paso a una odisea de sensaciones tan latentes y de una tristeza tan desbordante como solo el arte puede reflejar.
Entendiendo así que, la lealtad y la subversión en The Bikeriders son parte de un núcleo dentro de un eje que encara la innata filosofía sobre la familia separada por sangre, pero unida por experiencias.
Sobre el autor:
Alejandro Cortés – Escritor/cronista y crítico de cine con más de cinco años de experiencia.