«Viajar a Argentina con Wines of Argentina fue como abrir una botella que no conocía de mí misma. En cada paso, entre Mendoza y Salta, me sorprendió no solo la diversidad de los vinos, sino la profunda conciencia que los viticultores tienen sobre sus suelos».
Texto: Joanna Vallejo
Fotos: Cortesía
Viajar a Argentina con Wines of Argentina fue como abrir una botella que no conocía de mí misma. En cada paso, entre Mendoza y Salta, me sorprendió no solo la diversidad de los vinos, sino la profunda conciencia que los viticultores tienen sobre sus suelos. En lo técnico, Argentina cuenta con 110 IG (Indicaciones Geográficas) y 2 DOC (Luján de Cuyo y San Rafael), aunque muchos productores prefieren continuar en exploración y entender mejor su terruño antes de encasillarse en reglas. Lo que sí tienen muy claro es hacia dónde van: a los vinos de distrito, donde cada parcela expresa su verdad con una nitidez conmovedora.
El Malbec dejó de ser genérico en cuanto caté los primeros tres. También probamos etiquetas de una misma cepa, edad y bodega, de parcelas separadas por apenas dos metros. El resultado: vinos completamente distintos, como en el caso de Piedra Infinita Supercal y Piedra Infinita Gravascal de Zuccardi. Esa sensibilidad al origen me hizo pensar que, más que una uva, el Malbec es un espejo del terroir.
Mendoza es un desierto cultivado con precisión quirúrgica. A pesar de que aún hay tierra, ya no hay agua para plantar más vid. Hoy la vid representa solo el 1% de los cultivos, pero genera el 80% del vino argentino. El agua no es solo riego, es estrategia, y eso marca una diferencia. Me impactó descubrir su sofisticado manejo de microclimas, insolación, altura, plagas y el respeto absoluto al entorno. El uso de barricas ya no es protagonista, ahora el concreto y los fudres hacen el trabajo silencioso de afinar sin opacar.
Probé más de 250 etiquetas en 8 días, pero me quedo con la sensación de que cada una tenía una historia que merecía profundizarse. Desde semillones con crianza biológica hasta torrontés centenarios secos y ligeramente amargos, o convertidos en vinos naranjos biodinámicos, pasando por un pet-nat de criolla blanca o un amarone de malbec en lugar de corvina. ¿Cómo se categoriza algo tan único? No se puede, y eso lo hace inolvidable.
En lo sensorial, los malbecs de suelos calcáreos eran frescos, especiados, sedosos; los de arcilla, más florales y golosos. Los chardonnay me transportaban a Chablis pero con personalidad más atrevida, como el caso de White Bones y White Stones de Catena, aunque siempre me recordaba el no comparar. Más allá del análisis, lo que me conmovió fue su forma de vivir el vino: sencilla, diaria, íntima. Allá se empieza una comida con un torrontés seco y empanadas, se sigue con una garnacha floral y pasta, y se termina con un corte y un malbec tánico y elegante. Cotidiano, pero mágico.
Porque si algo me dejó este viaje, y cito al enólogo Andrés Vignoni: “Es que somos diferentes cada día, nuestra boca entiende las cosas de otro modo, ya no somos lo que fuimos y no seremos para siempre iguales. Por eso mi sugerencia es humilde esta vez: prueben y disfruten, huelan y comparen, acepten que han cambiado e inviertan en momentos que les regalen introspección y gozo”.
Gracias a Mariana Torta, embajadora de Wines of Argentina, por abrirme la puerta a esta experiencia que no solo fue sensorial, sino un poco espiritual de su mano.
“Esto fue Wines of Argentina, algo que se vive a traguitos, con pausa y gratitud. Porque el verdadero privilegio está en lo que se siente al probarlo: ese instante que vibra sabiendo que nunca se repetirá”.
Con cariño y admiración para mis compañeros de viaje de Brasil y México, y a todos los que nos recibieron con el producto de su tiempo, trabajo, historia y corazón: sus mejores vinos.
Su siempre amiga mexicana y Sommelier a la Carta,
Joanna Vallejo