Nuevas fronteras creativas y los dilemas que despierta la IA en el séptimo arte.
Texto: Uriel Martiñón
@cinesapiens_mx
En los últimos años, y a no tan sabienda de todos, la inteligencia artificial se ha colado en casi todos los rincones de la industria cinematográfica. Desde la escritura de guiones, hasta la postproducción. La tecnología agiliza procesos, abarata costos y abre caminos visuales antes impensables. Y como es obvio, también despierta constantemente intensos debates sobre los límites de lo que significa creatividad y lo que significa autoría.
En pasados días, festivales como San Sebastián y premios de la talla de los Goya ya han marcado una postura: aceptar películas que empleen IA siempre y cuando su uso sea de apoyo y no de sustitución total. Es decir, el cineasta actual puede recurrir a algoritmos para la corrección de diálogos, la animación de escenarios o la generación de efectos; pero la idea, la intención artística y la mirada creativa deben seguir como han seguidos en más de 100 años de historia; en manos humanas.
Ejemplos recientes muestran que no se trata de una película de ciencia ficción, sino de una realidad que inclusive otorga premios. The Brutalist, (Corbet, 2024) reconocida en circuitos internacionales por su propuesta estética y ganadora de 3 Premios Oscar, utilizó IA en parte de su edición visual. Otros títulos como Furiosa (Miller, 2024) o The Irishman (Scorsese, 2019) emplearon la tecnología para recrear paisajes, resucitar caras jóvenes o dar textura a atmósferas imposibles de lograr en rodajes convencionales.
Sin embargo, el dilema es profundo: ¿cuánto de la película sigue siendo “del autor” cuando la tecnología interviene en una, muchas o cada capa? Los defensores argumentan que la IA es una herramienta más, como en su momento lo fueron el montaje digital o el CGI. Los críticos, en cambio, advierten que la frontera es delgada y puede difuminarse hasta poner en riesgo la autenticidad de las obras.
Lo cierto es que el cine, como arte colectivo y en constante transformación, parece avanzar hacia un terreno donde la pregunta no es si habrá IA en la pantalla, sino cómo se regulará su presencia y, sobre todo, quién firmará la última palabra: la máquina o el ser humano.