En un mundo donde la rapidez y la eficiencia dictan la mayor parte de nuestras acciones, el acto de habitar un espacio se ha ido reduciendo a una mera función.
Por: Edith Serrano
IG: @edith_serrano_h
En un mundo donde la rapidez y la eficiencia dictan la mayor parte de nuestras acciones, el acto de habitar un espacio se ha ido reduciendo a una mera función. Nos movemos de un lugar a otro sin prestar mucha atención a lo que nos rodea, a veces, perdiendo la esencia de vivir realmente cada espacio que ocupamos. Sin embargo, los últimos meses me han hecho reflexionar, y he caído en cuenta que vivir un espacio va más allá de simplemente estar en él; implica una conexión emocional y física que puede enriquecer la experiencia diaria y mejorar la calidad de vida.
Al hablar de “habitar” un espacio, me refiero a la capacidad de crear una relación íntima con el entorno. Esto incluye el reconocimiento de los pequeños detalles que hacen único a un lugar: la luz que entra por la ventana, el sonido de los árboles meciéndose con el viento, las texturas de los cojines o el aroma de un café recién hecho que impregna la cocina. Estos elementos, aunque aparentemente triviales, son los que construyen mi percepción del espacio y me hacen sentir realmente en casa.
Un espacio bien vivido actúa como un refugio, un lugar donde podemos sentirnos cómodos y seguros. Este sentimiento de seguridad es crucial para el bienestar emocional, fisico y mental. En un mundo cada vez más incierto, tener un lugar al que podamos considerar un refugio, es esencial. La decoración, colores y objetos personales juegan un papel fundamental en la creación de este refugio. No se trata de seguir tendencias sin sentido o propósito definido, sino de buscar en nuestro interior simbolismos y elementos que nos hagan sentir bien, que nos recuerden quiénes somos.
Y no solo los espacios privados deben ser bien vividos. Los espacios públicos también juegan un papel crucial en la vida cotidiana. Parques, plazas y calles son lugares de encuentro y socialización que contribuyen a crear un sentido de comunidad. Vivir estos espacios implica participar activamente en su cuidado y disfrute.
Desde mi experiencia y acompañamiento con mis clientes, considero que es benéfico siempre acompañarme de expertos en el tema, en este caso particular un interiorista o arquitecto, a quienes llamo “terapeutas de casas”. Ellos tienen el conocimiento, dones y talentos para crear entornos que no solo sean funcionales, sino que fomenten una experiencia positiva para sus habitantes. La persona elegida debe tener una escucha y atención activas, que me haga sentir segura y confiada del proceso que se llevará a cabo.
Vivir un espacio es una experiencia multisensorial y emocional que va más allá de la mera ocupación física. Es un proceso continuo de interacción con nuestro entorno que enriquece nuestra vida de maneras profundas y significativas. Al prestar atención a los detalles y dedicar tiempo a la creación de espacios que nos hagan sentir bien, no solo mejoramos nuestro nuestra calidad de vida, sino que también cultivamos un sentido de pertenencia y bienestar interno y físico que trasciende el simple acto de estar.
Te invito a reflexionar: ¿Estás en los espacios o… los habitas?